
En México, los temblores políticos no necesitan placas tectónicas; basta con una lista, un nombre y una filtración oportuna. Y esta vez, el epicentro no fue ni Palacio Nacional ni Washington D.C., sino una camioneta con cristales polarizados estacionada —como si fuera escena de película de espionaje— en los sótanos de Bucareli.
Se le ha llamado la “Lista Marco”. No por su precisión suiza, sino por su procedencia: el Departamento de Estado de Estados Unidos, con el senador Marco Rubio al frente de las presiones, decidió activar un seísmo diplomático de magnitudes impredecibles. Y en esa lista, oh sorpresa, figuran más personajes de Morena que en un mitin de campaña.
Así se entiende, de forma súbitamente menos misteriosa, la inusual y críptica visita de la presidenta Claudia Sheinbaum a la Secretaría de Gobernación el pasado 12 de mayo. Una reunión sin agenda pública, sin comunicado oficial y, sobre todo, sin explicación convincente. El tipo de cita que en el código genético del poder sólo ocurre cuando lo impensable se vuelve inminente.
¿El motivo real? Un encuentro a puerta cerrada (o más bien, vidrio polarizado cerrado) entre Sheinbaum y su antecesor Andrés Manuel López Obrador. Un cónclave donde no se sirvieron tamales ni café, pero sí se cocinó una posible crisis de Estado: cómo responder ante las acciones del gobierno estadounidense, que amenaza con convertir a políticos mexicanos en material clasificado, o peor aún, en casos judiciales con nombre y apellido.
Entre los nombres que flotan en la “Lista Marco” —porque en este temblor nada se entierra del todo— aparecen personajes que no necesitan presentación: Mario Delgado, Adán Augusto, Audomaro Martínez, Ricardo Peralta, Rubén Rocha Moya y, por supuesto, los célebres López Beltrán. Una alineación que haría sonrojar a cualquier fiscal del sur de Florida.
Pero lo que realmente activó las alarmas fue la intención de Sheinbaum de pedir la separación temporal del cargo a la gobernadora de Baja California, Marina del Pilar Ávila, y su esposo, ambos presuntamente tocados por el congelador diplomático de Washington. Y ahí, el viejo lobo de mar de la 4T dijo: “Hasta aquí.”
Porque si algo no soporta la estructura de poder de Morena es el aroma a traición preventiva. “Seguirle el juego a los gringos” es visto como una herejía dentro del evangelio lopezobradorista, donde la narrativa aún predica que en México no se fabrica fentanilo, los militares son incorruptibles y las visas se cancelan por error, no por evidencia.
En la camioneta de los susurros, el mensaje fue tan claro como brutal: no se mueve una ficha sin la venia del verdadero jefe político. No por nostalgia, sino por supervivencia. Lo que está en juego no es sólo el legado de un sexenio, sino la impunidad cuidadosamente blindada durante años.
El temblor ya se siente. Lo que falta es ver cuántos techos se caen, cuántos se reconstruyen y cuántos simplemente se cubren con lonas mediáticas.
Y mientras tanto, en Bucareli, los cristales polarizados siguen estacionados, esperando su siguiente escena. Porque en esta película, el guión lo escriben en inglés… pero las consecuencias se viven en español.
¡Que Dios nos agarre confesados… y con pasaporte vigente!